Buenos días,
Es para mí un grato honor dirigirles estas palabras en esta ocasión en la que conmemoramos el centenario del retorno de la provincia de Tarata al Perú. Este suceso que todos los peruanos recordamos y celebramos con profundo sentimiento patriótico, representa un hito significativo en nuestra historia nacional. El accionar peruano a lo largo de décadas para concretar su retorno está, sin duda, signado por el valor de la perseverancia del pueblo de Tarata y por la firmeza de nuestra diplomacia en la defensa de los intereses perpetuos del Perú.
La exhibición documental que inauguramos hoy, nos permite revivir, con emoción y patriotismo, un proceso que reafirmó la soberanía peruana y consolidó nuestra identidad como nación unida y resiliente.
Este acto de memoria rinde, además, honores a todos y cada uno de los peruanos que, con profundo amor a nuestra república, entregaron sus vidas en nombre de la patria en una infausta guerra que el Perú no provocó ni deseó.
Señores y señoras,
La cuestión de Tarata tiene su origen en el Tratado de Ancón de 1883, que establecía la posesión temporal por Chile de las provincias de Tacna y Arica durante diez años, tras los cuales un plebiscito debía definir su destino. Como sabemos, el plazo venció y el plebiscito no se llevó a cabo, dando lugar a un prolongado diferendo, frente al cual el Perú desplegó, durante casi tres décadas, una inspirada acción diplomática, constante y siempre firme, en defensa de los derechos de nuestra nación.
En la década de 1920, el Perú denunció que Chile había incumplido los compromisos asumidos en el Tratado de Ancón con la ocupación indebida de la provincia de Tarata. Esta controversia trascendió hacia la comunidad internacional y empezó a formularse la idea de que una instancia imparcial asumiera un papel mediador. Está idea encontró sustento en la creciente legitimidad adquirida por los Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial y en la proyección internacional de la doctrina Wilson.
Es precisamente en este contexto que el Gobierno del Perú confirmó su decisión de recurrir a Washington, lo que se vio respaldado por la invitación formulada en 1922 por el presidente estadounidense, Warren Harding, a los Gobiernos del Perú y de Chile para iniciar un proceso de diálogo.
Las Conferencias de Washington culminaron en julio de 1922 con la suscripción del Protocolo de Arbitraje y su Acta Complementaria, mediante los cuales el Perú y Chile sometieron tres cuestiones de importancia al arbitraje del presidente de Estados Unidos: la viabilidad del plebiscito previsto en el Tratado de Ancón de 1883; las condiciones que debían darse para la celebración de dicho plebiscito; y el destino de las provincias de Tarata y Chilcaya.
Para el Perú, que acababa de cumplir su primer centenario como república independiente, además de la impostergable cuestión de Tacna y Arica, urgía una solución para la situación de la provincia de Tarata, ocupada por Chile pese a que bajo ningún concepto se encontraba sujeta a lo previsto en el Tratado de Ancón.
El retorno de Tarata al Perú constituía una obligación irrenunciable para el Estado peruano, que exigió una acción coordinada del Gobierno, a través de su servicio diplomático, y de nuestros ciudadanos, a través de su patriotismo, para defender con convicción la soberanía, libertad y peruanidad de la provincia tarateña.
El 4 de marzo de 1925, el presidente estadounidense Calvin Coolidge emitió su laudo, el cual constituyó un logro destacado de la diplomacia peruana. Determinó que la provincia de Tarata no formaba parte de la posesión temporal establecida en el Tratado de Ancón, y, por ende, debía retornar al Perú.
Para ejecutar la decisión del presidente Coolidge, se creó una Comisión Delimitadora de Tacna y Arica. Merece mencionar que la delegación peruana ante dicha Comisión fue integrada por nada menos que el joven jefe del Archivo de Límites de esta Cancillería, Raúl Porras Barrenechea, y el historiador Jorge Basadre Grohmann, entre otros ilustres representantes.
El retorno de Tarata se concretó el 1 de septiembre de 1925 a las 10 horas de la mañana, en una ceremonia solemne en la plaza central de Tarata. Allí, el delegado peruano, señor Manuel de Freyre Santander, recibió el territorio por parte del delegado chileno, señor Agustín Edwards Mac-Clure, en presencia del general John Pershing, representante del presidente de Estados Unidos.
Cuando el pabellón nacional fue izado en la plaza de Tarata aquel 1 de septiembre, los ciudadanos vivieron una emoción profunda y serena.
En ese gesto solemne se fundieron décadas de esperanza y de firmeza. En ese gesto, los peruanos renovaron la certeza de que la patria había sabido defender sus derechos con dignidad y perseverancia. En ese gesto, el pueblo tarateño alcanzó el reencuentro con su identidad más profunda y la ratificación de que el hondo sentimiento de peruanidad, que mantuvieron vivo a pesar de todo lo que enfrentaron, nunca fue en vano.
Más allá de formalizar el retorno de Tarata, esta ceremonia solemne animó un profundo sentimiento patriótico en todo el país. El presidente Augusto B. Leguía pronunció un discurso ante fervorosas manifestaciones en Lima, mientras que una resolución gubernamental del 31 de agosto dispuso que en todos los establecimientos educativos se izara el pabellón nacional, se entonara el Himno Nacional y se dictara una lección sobre la historia de Tarata. En las plazas Bolognesi de cada ciudad, escolares rindieron homenaje al héroe de Arica, simbolizando la unidad y el compromiso con la defensa de nuestra incuestionable soberanía.
La exhibición que inauguramos hoy captura esos momentos y ese espíritu, a través de documentos originales, entre los que figuran el Protocolo de Arbitraje, el Laudo Coolidge y el Acta de retorno de Tarata al Perú. Asimismo, se exhiben en los paneles cablegramas de acreditación, fragmentos del laudo y fotografías de la ceremonia en la capital tarateña, incluyendo la bandera bordada por el Comité Patriótico de Damas, un emblema tejido con el esfuerzo y la esperanza de la nación peruana y que fue entregado al presidente Leguía.
Señores y señoras,
Hoy, a cien años de tan trascendental acontecimiento para la historia de la patria, quisiera instar a todos a reflexionar sobre el legado que significa para el Perú, el incansable esfuerzo que emprendieron tantos patriotas en favor de la reincorporación de Tarata. Quisiera que reflexionemos sobre cómo este hecho decisivo para nuestro país constituye un símbolo vivo de cómo los peruanos, esta diplomacia peruana, supo defender con firmeza, pulcritud y dignidad nuestra soberanía nacional, y cómo continúa inspirando nuestro accionar hoy.
Seguimos firmes en este propósito, como lo evidencia la iniciativa anunciada por la presidenta de la República la semana pasada, para desarrollar un proyecto de Ley de Soberanía Nacional, en línea con el compromiso irrenunciable del Gobierno con la defensa de nuestra independencia, nuestra libertad y nuestra democracia, en un mundo cambiante.
Esta conmemoración es también un homenaje a la resiliencia indoblegable del pueblo peruano, que a lo largo de generaciones ha sabido transformar la memoria histórica en orgullo nacional, y renovar su compromiso con un futuro de paz, unidad y desarrollo al servicio de la grandeza del Perú.
Agradezco a todos por su presencia y por compartir este tributo a nuestra herencia diplomática. No puedo dejar de mencionar, además, el trabajo conjunto de la Oficina de Gestión Documental y Archivo, la Oficina General de Comunicación, la Unidad de Gestión de Eventos, la Dirección General de Tratados y la Dirección General de América de esta Cancillería para llevar a cabo esta exhibición.
Espero que esta exhibición inspire a las nuevas generaciones de peruanos a valorar el esfuerzo colectivo que hizo posible el retorno de Tarata, provincia a la que homenajeamos hoy.
¡Que viva la soberanía peruana! ¡Que viva el Servicio Diplomático de la República! y ¡Que viva la provincia de Tarata!
Gracias.